domingo, 11 de octubre de 2015


CONSIDERACIONES SOBRE "ROBERTO DEVEREUX (MADRID 3-10-15)"

Comentaba a raíz de la entrada dedicada a "Carmen" de Bizet, mi amor incondicional a la ópera, género musical, tal vez el más puro, que me entusiasma y parte fundamental de mi educación sentimental desde que la descubrí con diecisiete o dieciocho años.
Esta producción de la Welsh National Opera de Cardiff inauguraba la nueva temporada 2015-16 del Teatro Real de Madrid, la que ha sido mi segunda casa, junto a la Filmoteca Nacional, durante unos cuantos años.

Una obra que junto a "María Estuardo", "Ana Bolena" y "El castillo de Kenilworth" conforman el denominado periodo Tudor de Gaetano Donizetti, uno de los grandes "belcantistas" y autor de obras maestras como la trágica "Lucia de Lamermoor" o "El elixir de amor", mi comedia favorita, con el cínico Dulcamara, uno de los mejores personajes que ha dado la lírica y que he tenido la suerte de ver representada tanto en Madrid como en la Staatsoper de Berlín, en una puesta en escena "descacharrante" de la cinematográfica Percy Adlon. En esta ocasión, la dirección escénica corresponde al joven Alessandro Talevi y se nota el ser producción de teatro menor pues carece de la espectacularidad de otros montajes, aunque el sudafricano realiza una más que correcta labor, en un escenario pequeño, reducido, claustrofóbico, muy oscuro, en una época indeterminada, aunque por la sucia cristalera y el hierro que presiden las escenas recuerda a la revolución industrial inglesa. Su gran sorpresa viene por un elevador en forma de araña, visualmente muy efectivo y que nos permite entender el paso del amor al odio de su protagonista Elisabetta, la hija de Enrique VIII, Isabel I con su favorito Roberto Devereux, conde de Essex, que lleva a ejecutarle más por despecho que por la traición a la patria de la que se le acusa.
En la representación que vi, la Sinfónica de Madrid era conducida por Andriy Yurkevych, director ucraniano, al que no conocía, y que realizó un trabajo aseado y digno, dejando el lucimiento a los cantantes, encabezados por la soprano Maria Pia Piscitelli y el jerezano Ismael Jordi como tenor. Muy competentes, aunque por el vestuario y la peluquería parecían de edades similares, como imagino en la vida real, y no una anciana enamorada de un joven,cosa que suele suceder en numerosas óperas. También destacaron la "mezzo" Veronica Simeoni y el barítono Alessandro Luengo.
Correcto balance pero sin estusiasmar y es que he sido abonado al coso capitalino desde 1998 hasta el 2007 que me trasladé a vivir al sur. Años de peregrinaje donde sí que asistí a algún espectaculo puntual, el último un "Lulú" de Alban Berg y que me ha ofrecido la ocasión de ver auténticas maravillas en escena, desde montajes apoteósicos de Hugo de Ana, Werner Herzog, a las voces de Angela Gheorghiu, Plácido Domingo o la dirección de López Cobos o Daniel Barenboim. Años de aprendizaje y múltiples vivencias y que han conformado toda una educación sentimental "flaubertiana", como indicaba en el encabezamiento, que me ha aportado muchos de los más intensos momentos de mi vida. Todo eso se lo debo al Real y a la ópera. Tal vez, el no ser tan joven ha eliminado toda esa frescura de décadas atrás donde la vida había que beberla "a grandes tragos" y donde devorar cine, literatura, musica, pintura o teatro era la parte esencial de mi existencia, junto a la gastronomía, el fútbol o la noche y lo que ello conlleva. Visto con nostalgia, me siento atemperado y domado por esta sociedad castradora y que anula cualquier atisbo de libertad. Como todas. Pero hubo un tiempo que la ópera era mucho más que un espectáculo. Lo era.


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