sábado, 4 de octubre de 2014


CONSIDERACIONES SOBRE "LA ISLA MÍNIMA"

Hay que reconocer que el cine español está mejorando una barbaridad este año en cuanto a réditos de taquilla se refiere, pues hay que sumar este título que nos ocupa a otros grandes "taquillazos" como "Ocho apellidos vascos" y "El niño". Y todavía queda Torrente 5.
Así que puede ser que la tendencia vaya cambiando y el público demande este tipo de producciones con la que uno se puede sentir identificado. "La isla mínima" es una muy correcta película a la que algunos errores argumentales lastran algo el resultado. Pero empecemos por lo bueno.

Ya desde los créditos iniciales, con unos preciosos planos aéreos en picado de las marismas de Huelva, se puede advertir que lo que viene a continuación va a estar bien rodado. Y no hay equivocación, pues su puesta en escena es sensacional, con un Alberto Rodríguez que mantiene muy bien los tiempos de ritmo, construyendo una trama interesante, reflexiva y muy basada en la investigación más que en secuencias de acción. Una ambientación bien construida que nos lleva a un pequeño trozo de la España rural de finales de los setenta y principios de los ochenta con un tardofranquismo unido a la nueva democracia que es quien guiará los caracteres de los dos policías. Se agradece el esfuerzo por enmarcar una época con medios y buen hacer. También ayuda los técnicos de confianza de Alberto Rodríguez, con los que ya han colaborado en sus otros filmes como "7 vírgenes" y "Grupo 7" con los que se dio a conocer en el panorama cinematográfico español. Se debería comenzar con la soberbia fotografía de Álex Catalán, que sabe jugar con las luces, con la oscuridad y que refleja de forma admirable los colores de un pequeño rincón de la Andalucía profunda. Un fenomenal trabajo. Tan bueno como la edición de José M. G. Moyano que transmite toda la trama de diálogos e investigación con oficio y solvencia y la correcta banda sonora de Julio De La Rosa. Con estos mimbres, Rodríguez construye una trama interesante, que nos mantiene "pegados a la butaca" en una onda similar a la conseguida por la excepcional serie de televisión "True detective".
Otro punto a su favor es la dirección de actores, con una gran pareja protagonista formada por Javier Gutiérrez y Raul Arevalo y una pléyade de secundarios que mantienen el tono en casi todos los casos. además como sucedía en "El niño" se agradece mucho el mantener los acentos locales, ya que no hay nada peor que escuchar a un "supuesto" andaluz hablar como un señor de Ávila, por ejemplo.
Pero en el capítulo actoral, sigue sin convencerme Jesús Castro, al que no le veo ningún recurso digno de encomio y me parece muy desaprovechado el enorme Antonio De La Torre, uno de los mejores intérpretes hispanos de la actualidad, por no decir el mejor. Aunque está limitado por carencias en el guión, pues ese es el gran "handicap" de "La isla mínima". Esta bien narrado pero con muchos cabos sin cerrar y uno de ellos es que sucede con la familia del personaje de De La Torre. Y es una pena, pero algunas de las sub tramas no están cerradas y hace que se creen varios cabos sueltos, además me parece demagógico y "simplón" que la dualidad entre la bondad y la maldad se explique solo por haber pertenecido a la brigada político social.
Uno de los errores más frecuentes en el cine español, es el exceso de carga política y por el que creo que los espectadores abandonaron sus estrenos. Me parece bien que en un momento se vea la foto del rey y la de Franco en las paredes, pero es necesario repetirlo varias veces. O incluir unas luchas de los jornaleros que no aportan nada o una enfermedad del policía fascista que ni se entiende o que no tiene más explicación que el justo castigo por sus atrocidades. Y es que mucha gente, entre los que me incluyo, estamos un poco hartos del maniqueismo en las historias. Y que no se me entienda mal. Abomino de cualquier dictadura, y por ende el franquista, o régimen donde se vulnere la libertad del ciudadano. En mi opinión, el bien más preciado de una persona. Pero esto de intentar ganar la guerra civil, cuarenta años después de la muerte del dictador siempre me ha parecido sorprendente. El último grito en la actualidad es intentar convencernos de que vivimos en un estado represivo y dictatorial. Podría entenderlo por vulnerar la separación de poderes que enunció Montesquieau y que ningún gobernante ha cambiado o por la profunda corrupción entre los altos cargos de la administración, con asesores y múltiples puestos nombrados por su afinidad al partido de turno. Pero no, parece que estemos jugando al mayo del 68 francés, aunque con bastante cobardía,viendo las reaciones de los participantes denunciando a la mínima, y menos estética, tomando como referente la izquierda indefinida que tan bien definió Gustavo Bueno en "El mito de la izquierda". Ójala pronto superemos este estigma. Imagino que en ese momento se harán mejores películas porque talento, como demuestra Alberto Rodríguez, hay.

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